Crónicas de Antofacine 2018: El perro del final

Por: Jesús Perdomo. Estudiante de Periodismo de la Universidad Católica del Norte.

El pequeño oleaje se arremolinaba a los lados del bote. Pequeñas olas iban y venían, eran minúsculas, pero demasiadas. Cada vez que cambiaba mi perspectiva, el mar tenía otro color. A veces reflejaba un cielo claro y bondadoso, en otras ocasiones, se podía entrever la oscuridad que albergaba su profundidad. Se veía un horizonte lejano, la inmensidad de las aguas era aterradora y el barco se mecía de tal manera que ya no sabía si estaba mareándome o estaba alcanzado otro nivel de simpatía con las aguas. Un contacto del humano con la naturaleza más allá de todo lo que se haya visto con anterioridad.

-Jesús, ¿vas a querer helado o no?

-No Hugo, no quiero helado.

-Ya, me lo como yo entonces.

Un amigo cercano que en ocasiones no sabía quedarse callado, y en otras, ni si quiera abría la boca. Lo había invitado al cine. Le comenté que Antofacine es un festival que trae películas independientes que aparentan ser interesantes a la ciudad y que podíamos ver los largometrajes de la categoría internacional si no tenía nada qué hacer el sábado. Le dije que era casi como ir al Festival de Cannes o al de Sitges, pero en Antofagasta, en el Líder. La entrada era gratuita y yo tenía un pase de prensa entregado a los estudiantes de periodismo en la UCN, y a pesar de que era más bien una formalidad, había que sacarlo a relucir. En un primer momento hasta le pidieron entrada a Hugo, fue entonces que yo dije que el pase admitía un invitado, a pesar que nadie había dicho eso cuando me lo dieron. Ese día empezamos con Drift, una película alemana bastante experimental a cargo de la directora Helena Wittmann. En ella se cuenta la historia de dos amigas quienes pasan una semana en el Mar del Norte, y luego de que se ven separadas por el momento en que una de ellas regresa con su familia en Argentina, la protagonista decide viajar en un bote para sumir su vida al oleaje de dicho mar. Con el Hugo contabilizamos por lo menos 40 minutos de tomas del mar desde un bote sin ningún diálogo. Hugo me dijo que seguramente la autora quería reflejar el cambio de la ciudad, que salía al principio, con la naturaleza. Yo le dije que no podía ser porque de repente el mar se empieza a volver surreal y tenebroso, con una niebla que empieza a cubrirlo todo y que se transforma en una isla con vacas. Era extraño, pero bastante interesante e introspectivo.

-¿Qué sigue ahora? –preguntó.

-Déjame ver. Sigue Lembro mais Dos Corvos. Es brasileña.

-¿Y de qué trata?

Es una película de categoría No-ficción. El director es Gustavo Vinagre. La película es básicamente una entrevista a la actriz transexual Julia Katherine en una noche de insomnio donde cuenta sobre su vida de una manera íntima con el director, quien es alguien de su confianza. No me extraña que finalmente se haya quedado con el premio de la categoría por la cual competía el día lunes cuando se dio cierre al festival. La naturaleza con la cual es narrada la hace tan cercana que pareciera que nosotros mismos estuviéramos con Julia. Constantemente decía que ella no servía para ser actriz, sin embargo, sus gustos, su cultura y sus historias son bastante peculiares. Hasta compartimos risas con Hugo cuando dijo que su madre la había regañado por ensuciar el baño con sangre en un supuesto intento de suicidio muy mal ejecutado. Lo contó con un humor intencionado tal que no paré de reír por cinco minutos. Hasta el Hugo me dijo que me callara y eso que a él nadie le gana en ser callado. Cuando finalizó la película, faltaban 20 minutos para las nueve.

Las promociones de pizzas individuales estaban buenas. Nos compramos una para cada uno a cinco minutos de que iniciara la próxima película. Obviamente no íbamos a alcanzar a comerlas, aunque igual esa no era la idea. Metimos las cajas en nuestras mochilas y entramos a la sala. El joven de la entrada ya nos reconocía y no nos pedía nada para entrar, es más, nos daba las gracias.

-Esta es chilena, vamos a ver qué tal. –dije.

La última de la noche se llamaba Tarde para Morir Joven, dirigida por Dominga Sotomayor. Se supone que estaba ambientada en 1990, aunque no recuerdo haber visto nada que lo indicara más que las canciones que sonaban de la época. Narraba la historia de unas familias en una comunidad aislada parecida a un campamento entre los cerros. Sofía, Clara y Lucas eran los personajes principales de una historia de amor y música, pero habían tantos en pantalla que ya ni me acuerdo muy bien de la trama. De hecho recuerdo que ese fue mi punto de crítica cuando lo conversé con el Hugo al finalizar la película.

-No me gustó. Abrió como mil tramas y no resolvió nada. –le dije.

-Me gustó el perro del final.

-Sí, el perro estuvo bien. –contesté. Se refería a un perro que corría por un camino de tierra. Una escena que abrió y cerró la película.

Luego salió el actor Antar Machado, quien protagonizó a Lucas, a hablar sobre la película y contestar alguna pregunta que el público tuviera. Es gracioso porque Antar contestó con “sí y no” a las preguntas, demasiado escueto, sin fundamentar mucho su respuesta a través del parlante que le hacía falta volumen, se le notaba bastante nervioso. Hasta me costó pensar que de verdad alguien tan introvertido era un actor. En ese caso, el Hugo podría haber ganado un Óscar.

-No escucho nada. –dije.

-¿Ah? –recordé que el Hugo usa audífonos por problemas de audición y que muchas veces suele pretender que escucha- ¿qué cosa?

-Nada.

A pesar de todo, dentro de lo que entendí, Antar dijo que los personajes jóvenes eran interpretados en su mayoría por gente que nunca había estado en una película. También dijo en pocas palabras que el largometraje era, de cierta manera, autobiográfico respecto de su directora y supe que varios de los actores eran en realidad gente cercana a ella. Recalqué que eso tiene su reconocimiento y que la película tenía buena fotografía. Después nos fuimos.

A la salida del Líder, cuando solo faltábamos los del cine por salir del centro comercial, a eso de las once de la noche y con algo de frío, le pregunté al Hugo si le habían gustado las películas de ese día.

-No estuvo mal, me gustó la primera. –contestó.

-Hugo eres muy pretencioso, cómo te va a gustar esa.

-Yo no ando escribiendo crónicas de lo que hago. –le respondí con una risa.

-¿Qué nombre le pongo a la crónica?

-Tú sabes, debe ser algo romántico, “el cine del desierto” por ejemplo.

-Hugo, ese nombre está horrible. No vimos nada del desierto hoy.

-Ah, ponle el nombre que se te dé la gana entonces.

Esa tarde de películas no estuvo nada mal, y aunque con defectos, fueron producciones que me hicieron sentir la alegría que pocas veces en los últimos tiempos se halla en el cine. Al final, pensé que el perro que corría era gracioso y podría dar un cierto atractivo como título. Gracias por recalcarlo Hugo, a mí también me gustó el perro del final.

 

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