Por: Constanza Olivares Veneros, estudiante de Periodismo de la Universidad Católica del Norte.
Cuando terminó le dije a mi compañera Carolina “no entendí nada, me encantó”. Jamás había visto algo así, ninguna técnica ni estilo narrativo y expresivo como el de esta película. Durante toda su duración sentí mucha curiosidad y extrañeza por lo que se proyectaba en la pantalla. De hecho recuerdo haberme dado cuenta en el momento que por varios minutos no pestañeé, para no perderme ningún segundo y porque estaba muy concentrada viendo y tratando de entender la siniestra historia contada de una forma muy particular. ¿Qué acabo de ver?
Cristóbal León y Joaquín Cociña dirigeron Casa Lobo, un largometraje que según la crítica se podría catalogar como drama y terror, y no se equivocan, pues esas eran las sensaciones que transmitían los sonidos del papel y cartón desgarrándose cuadro a cuadro, en una pieza sucia y oscura con paredes escurriendo de pintura en constante movimiento dando forma a María, o a los cuadros que decoran la casa donde viven refugiados los cerdos y la niña que escapó.
Antofacine es el responsable de la proyección de esta película el domingo 18 de noviembre en el auditorio del Ministerio de Obras Públicas en Antofagasta, esto en el marco del festival de cine desarrollado en la capital regional, donde no solo se vió esta pieza artística, sino que más de 20 representaciones de autores de diferentes países del mundo, todas compitiendo por ganar las categorías de Largometraje Internacional, Largometraje Nacional, Cortometraje y otros, como el que ganó Casa Lobo, el largometraje favorito del público.
La verdad cuando terminó la película yo había entendido que era algo medio religioso, porque había un narrador omnisciente que le decía a María que tenía que hacer con los cerditos, que luego fueron convertidos en humanos para ser criados como personas, teniendo incluso sus nombres, Ana y Pedro. Para mí era mucha la coincidencia con el catolicismo, lo relacionaba por sus nombres y por su “propósito” dictado por un alguien como el Gran Hermano o según yo un Padre.
Pero no. Cuando terminó pasó adelante la directora de arte y escenografía del largometraje, Natalia Geisse, junto a una mediadora, quien la presentó y le hizo preguntas enfocadas en la realización de la película. Entre las muchas cosas que explicó Natalia eran que la grabación del largometraje duró cinco años creando, modificando, destruyendo y recreando la escenografía y los personajes.
Usando la técnica de animación conocida como stop motion, donde se fotografía cuadro por cuadro cada segundo de una escena para luego en su totalidad y acelerado tenga continuidad y movimiento, mucho más preciso y pensado que las películas live action. En cada fotograma queda plasmado el proceso de creación y destrucción de los protagonistas, quienes están hechos de materiales reciclables.
Cuando Ana y Pedro iban creciendo, ya siendo humanos, estaba grabado en la imagen sus extremidades crecientes, hechas de papel, cartón, cinta adhesiva, a veces plasticina o algo moldeable, coloreadas con pintura o en tonos grisáceos, dependiendo de la intencionalidad y emoción del momento, y vaya que muchas emociones fueron despertando a lo largo de la película.
También quedan descubiertos detalles como la dimensión del espacio, y esto es así puesto que el tamaño de éste iba cambiando constantemente. La película fue grabada en doce museos y centros de arte de los Países Bajos, Alemania, Argentina, México y Chile, por lo que una constante situación era el cambio del tamaño de la sala donde se estaba levantando la escenografía para grabar algunos cuadros más, teniendo que adaptarse Natalia a alguna forma de hacer sentir bien dimensionado el espacio, y preocupándose principalmente por dejar plasmado el sentido de la escena, olvidándose ella y la dupla de directores, León y Cociña, de detalles como la limpieza del espacio, debido a que se nota en las escenas gran suciedad, tierra, polvo, papeles en el suelo, lo cual al contrario de ser algo negativo, le dio más parecido y énfasis a su sueño pesadillesco de estar encerrados en una casa pues afuera el lobo los quiere comer.
Y de hecho, de eso se trataba la película. Era una metáfora contada como fábula bien al estilo Disney, donde una niña escapa de una secta religiosa porque liberó a dos cerdos, adentrándose al bosque y escondiéndose de ellos -y del lobo- en una casa abandonada, donde encuentra otra vez a los cerdos e incitada por una voz como conciencia los cría y trata como humanos, hasta que suceden cosas y surge un problema: tener que salir.
Pero, de lo que realmente estaba hablando esta metáfora era de Colonia Dignidad. Se refería al encierro en la secta a cientos kilómetros de Parral, donde un grupo de personas vivió aislada durante años, bajo el mando de Paul Schafer, el hombre que tenía la verdad absoluta. Se abusaron de muchas formas a hombres, mujeres y niños, y durante años mantuvieron una estrecha relación con la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), usando su establecimiento como centro de tortura y desaparición.
Dentro de esta casa todo era más seguro, era mejor estar ahí que afuera, pues allá está el peligroso lobo. La verdad es que el peligro estaba mucho más cerca de ellos, diciéndoles al oido que hacer, enseñándoles a temer por salir, para que jamás puedan saborear la libertad.